lunes, 21 de junio de 2010

LA CÁRCEL ES EL MEJOR LUGAR PARA LEER

O cómo librar una batalla con los libros de Nietzsche en un penal colombiano.

LOLITA BOSCH

Lo retaron. O eso sintió Arteta. Porque un bandido llevaba varios días en el patio diciéndole que había leído esto de Nietzsche y que había leído lo otro. De modo que él pidió a alguien de afuera que le mandara todos los libros del filósofo alemán, esperó a que le llegaran, organizó el tiempo de encierro en su celda, leyó la obra completa que había recibido y entonces sí: salió al patio ufano, seguro y dispuesto a retarse con el bandido. Y entonces lo enfrentó delante de todos. Algo así como: dime tú qué cosa has leído y te lo cuestionaré. Y entonces los otros presos se fueron acercando y observaron la discusión dialéctica de los dos hombres como si vieran una pelea de gallos. Y tal vez algunos la seguían mejor que otros o había quien, de plano, no logró entender nada. Pero les gustaba ver bronca y comprendían bien los códigos de las discusiones. Eran ex guerrilleros, narcotraficantes, ladrones, asesinos, estafadores... Y además: no tenían nada más que hacer. En las prisiones lo que sobra es tiempo. Y los presos pasan tanto tiempo solos pensando en todo lo que quedó afuera, que en el poco espacio que comparten con los demás lo que quieren es vida: acción, discusión, amistad, pelea, reconciliación. Porque en penales como el de Valledupar, cuando termina el patio los encierran en una celda en la que pasan mirando al techo de 11 a 23 horas, dependiendo del grado de castigo que les haya sido impuesto. Así es en la Prisión de Valledupar, en la que se encuentran recluidos alrededor de mil quinientos presos y que se construyó en el año 2000 en un zona localizada a más de 800 kilómetros de Bogotá en la pata de la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, un ardiente valle que suele estar por arriba de 40 grados centígrados. Se conoce popularmente con el nombre de la Tramacúa, que en el argot caribeño significa inmenso. Y me cuenta Yesid Arteta que los reclusos colombianos la consideran la prisión más inhumana del país.

El pasó casi un año y medio, de los diez que le impusieron por rebelión armada con las FARC, en la Tramacúa. Luego salió, viajó a España y hoy es investigador en la Escola de Pau de la Universitat Autònoma de Bellaterra, un observador de conflictos internacionales auspiciado por la UNESCO. Y cuando le dije que tenía pensado viajar a Colombia, me contó las condiciones en las que viven los presos en la Tramacúa, la ausencia total de vías de rehabilitación y readaptación que ofrece el penal, y el valor que un libro puede tener en un lugar aislado, lento, casi muerto como aquel. Y yo le hablé de un proyecto en el que trabajo con un colectivo llamado FU con el que pretendemos mandar libros a lugares de América Latina en los que la lectura pueda, efectivamente, cambiarle la vida a alguien. En una ranchería de México, una casa de mujeres maltratadas en Lima y, por qué no, un penal colombiano.

De modo que le conté cómo pensaba que debíamos hacerlo. Y juntos buscamos al escritor Juan Marsé y le contamos lo que queríamos hacer. Marsé nos recibió en su estudio una tarde de primavera. Y yo le conté lo que hacíamos en el colectivo y Arteta le contó lo que él cree que quieren leer los presos de la Tramacúa. Recientemente había logrado hablar con un directivo del Instituto de Prisiones y él había aceptado recibir una donación del colectivo FU de más de trescientos libros y promover un proyecto que, bajo el nombre de Libroterapia, no sólo facilitaría la creación de una biblioteca en la Tramacúa sino que evitaría que los mil quinientos presos que viven ahí como si estuvieran radicalmente solos pudieran durante el tiempo que pasan en sus celdas, salir.

Ahora sólo faltaba contárselo a Juan Marsé, pedirle que nos hiciera una lista de los trescientos libros que él considera que debe tener una buena biblioteca destinada a un lugar como aquel y entonces sí: convertir la lista en un archivo de datos, mandarlo a amigos, editoriales, librerías y universidades y encontrar un punto de recepción para donantes anónimos en Barcelona. Y estamos listos. En cuanto Juan Marsé nos entregue la lista que está haciendo en estos días, pediremos los libros, sustituiríamos las tapas duras por tapas blandas para evitar que los presos usen las cubiertas como caletas para esconder cosas, haremos paquetes de unos veinte kilos cada uno y los mandaremos a Colombia.
Junio 2010. Lima, Perú.

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